Sentado con el frio golpeando mi espalda, veo las caras que rodean la mesa y los contrastes son sorprendentes: Algunas caras sonrientes, otras carcajeando, unas pocas con angustia y el resto con una seriedad e inexpresivo propia de un jugador de cartas. Las cejas descansan en su lugar, no se levantan ni se fruncen en ningún momento, los ojos recorren cada esquina de la mesa, cada zona de cada cara, pero pasan la mayor parte del tiempo posados en cartas o fichas, los labios solo se despegan de si para pronunciar 3 palabras: "Pago", "Subo" o "Paso". Entre mano y mano algunos jugadores comparten risas, comentarios y opiniones, mas como un medio para marcar su presencia que con un fin de entretención. Todos son amigos en una mesa, y todos quieren despojar al resto de sus fichas, humillarlo, hasta que se sienta vencido y dominado. Es por eso que el póker es un juego agridulce, porque quien pretende quitarte hasta el último peso, te sonríe y te conversa mientras lo planea. A pesar de lo que la gente crea, la mayor motivación hacia la victoria que hay en un juego de cartas, no es el dinero, sino el ego. El póker es un juego donde los egos chocan unos con otros, un juego con la suficiente cantidad de suerte como para atraer a cualquiera a jugar, pero la suficiente cantidad de habilidad como para poder hacer del azar algo irrelevante cuando uno se sienta en una mesa de cartas. Quizás cuando me siento con un grupo de amigos primerizos, a jugar 2 mil pesos, sé que no importa mi suerte, ganare de todas maneras. Cuando me siento con mis amigos de póker, mi ego me hace sentir cierta ventaja, pero también añoro un poco de suerte cuando juego con ellos. Pero no aquí... En esta mesa me siento como un pequeño pescado nadando entre tiburones, yo llevo un año jugando cartas, leyendo libros de teoría, jugando on-line. Ellos llevan mucho más que yo, y se nota. Pero no importa, tengo fichas y cartas y pretendo utilizarlas.
A medida que la noche avanza, mis fichas crecen y se desvanecen periódicamente, no estoy logrando mucho más que empujar fichas de un lado hacia el otro. Tiento a la suerte incansablemente en la búsqueda de una sola mano en que cierre los ojos, y al abrirlos, vea muchas más fichas enfrente de mí, de las que puse inicialmente en la mesa, sin embargo la suerte no es alguien fácil de tentar. Cada vez que comienza una nueva mano y recibo dos cartas bajo mi mano, y las levanto unos pocos centímetros, sin levantarlas, para ver que sorpresa me depara esta vez, me recuerdo a mi mismo que, sin importar que cartas descansen bajo mi mano, es mi oponente el que importa. Cada carta guarda muchas historias, cada carta ha caído inesperadamente para cambiar dinero de manos, y vale la pena recordar que las cartas son símbolos de un mundo medieval. Los reyes, príncipes y reinas; Las picas, los tréboles, diamantes y corazones (como representación de el ejército, la agricultura, la nobleza y el clero), son todos símbolos que se funden en un juego de historia violenta y prohibida, esa historia que nos atrae.
Ya han pasado varias horas, y me he enfrentado una y otra vez contra quien pude, y cuando las cartas han dejado de caer, miro hacia abajo y me encuentro con la agradable noción, de que me iré de aquí con más dinero del que llegue.
Me gustó caleta, estuvo bien bueno el final... me parece historia repetida de tu parte. Cuando querai te enseño a jugar poker camilo, la dura.
ResponderEliminarhahahaha... cuando querai po, y asi aprovecho de ensañarte a tocar bajo y guitarra.
ResponderEliminarTa wenooo... camilo deja el vicio! jajajajaj se cuida
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