Parecía como si Max tuviera que llenar el Sahara de agua, siempre se
sentía así cuando debía rellenar formularios, sobre todo un domingo. Sentado
mirando los papeles en blanco y la madera oscura del escritorio, no hallaba el
deseo de inmortalizar la información de un muerto. Nunca le molestó ser el
administrador de la funeraria de su padre, solo le molestaba tener que llenar
su cabeza con nombres, edades y razones de defunción de gente que ya no
existía. Max no entendía el aspecto espiritual de la sepultura, para él la
belleza recaía en lo tangible. La madera de pino oregón, castaño y raulí se fusionaban con
claveles y gladiolos para hacer las más hermosas puertas al descanso. Sus
clientes solo querían deshacerse de la carne tiesa y llorar un tiempo, ver la
palida cara, vestirse de negro e irse sin imaginar como los gusanos se darán un
banquete con su ser querido.
-Solo viendo
cuerpos inertes cada día se aprende lo fácil que es perecer- dijo Max en voz
alta, sin nadie en su oficina, como declarandole al aire espeso que lo rodeaba,
que la obra que el hacía tenía consecuencias permanentes en la vida de uno.
-¿Dijiste
algo papi?- Sonó la voz de Lisa detrás de la puerta de caoba.
-Estaba
pensando en voz alta hija… Dejame terminar mis papeleos y me acompañas a hablar
con Herr Bachmeier-
-¿Veremos a
mama?
-No lo creo
hija, pero si deseas podemos dejarle una rosa- Dijo Max con la voz apagada,
mientras miraba los papeles en blanco apoyando la cabeza en su mano. Lisa no
respondió y Max pudo oirla corriendo por la oficina, jugando, mirando…
-Siempre ha
sido una niña curiosa y alegre, pero me gustaría que no se alejara siempre de
mi sin decirme nada- pensó el y se forzó a posar su pluma sobre el formulario y
comenzar a dejar un registro de lo irrelevante e inexistente, del cuerpo que
dejó algún anciano en este mundo. No le gustaba mucho la idea de ir a dejarle
flores a su esposa, aún le dolía pensar en ella. Nunca se quisieron mucho, ella
era un tanto mediocre y no disfrutaba de muchas cosas.
Las calles eran frías y grises en Ahrensburg, los cielos eran raramente celestes y cada otoño parecía que los arboles permanecían más tiempo sin hojas. Mientras Max caminaba mirando como sus pies dejaban atrás la eterna calzada, escuchaba a Lisa saltando y jugando a su alrededor.
-Quedate
cerca Lisa, no quiero que te pierdas- le dijo con la voz imperativa de un
padre, pero al no escuchar una inmediata respuesta de su pequeña hija, levanto
la mirada y la buscó a su alrededor. Solo estaban los grises contrastes, las
tiendas cerradas y los esqueleticos arboles sin hojas. La angustia comenzo a
trepar desde su pecho hasta sus sienes, como garras de gato desgarrando en su
trayecto, hasta que fue tanta la desesperación que desde lo profundo de su
pecho, Max gritó:
-¡Lisa!
¡LISA!, ¡¿Dónde estas?! ¡Ven aquí ahora mismo!-
Imágenes de
la muerte de su esposa, de los meses de duelo y perdida comenzaron a revolver
su cabeza. Lisa era todo lo que le quedaba, sus manitos de niña joven y su
sonrisa inocente eran lo que hacía que el se levantara cada día a atender a los
portavoces de muertos. Comezó a correr desesperado en busqueda de su pequeña,
en la intersección de esa cuadra una mujer anciana iba pasando con una biblia
en su mano, probablemente fuera a la iglesia.
-¿Ha visto a
una pequeña rubia de ocho años, vistiendo una chaqueta negra?- Le preguntó
dejando escapar toda su desesperación en sus palabras.
-No he visto
a nadie desde que he salido de mi hogar a unas pocas cuadras de aquí, lo
lamento- Dijo la señora, y se apuró a continuar su camino, demostrando una
apatía e indeferencia un tanto tipica de la gente de Alemania del norte.
-Aquí estoy
papi- Escuchó detrás de sí mientras veía a la señora alejarse y luego dio
vuelta su mirada para encontrar a su pequeña Lisa detrás de el.
-¡Demonios! ¡¿Dónde estabas, quieres matarme de un susto?!- La rabia y el
miedo se mezclaban en la garganta de Max al reprender a su hija, el logró
aceptar la perdida de su esposa, pero jamas sería capaz de aceptar el abandono
de su hija.
-Estaba persiguiendo a una ardilla papa, perdoname- Dijo Lisa con los ojos
llorozos y la voz quebrando.
-Esta bien Lisa, sabes que me enojo por que te quiero. Perderte sería
perder mi vida- Dijo eso mientras pensaba en la anciana, ¿Cómo es posible que
no haya visto a la niña?, su cabello rubio resalta entre los grices de la calle.
Max y Lisa llegaron al cementerio “Neues Erde”, Lisa caminó en silencio el camino restante, casi como si no estuviera ahí. Max pensó lo ausente que era ella cuando no estaba saltando y riendo. Entraron al enorme parque y se dirijeron a la caseta del administrador.
-Quedate cerca Lisa, no tardaré mucho- Le dijo Max mirandola fijo a los
ojos, atesorando esas cuencas celestes. Ella no dijo nada, soltó la mano de su
padre y partió corriendo a jugar en los arboles cercanos.
Tocó la puerta de la caseta, la cual decía “Herr Bachmeier,
Administrador”, quería entregarle los formularios para los funerales de la
semana rapido y volver a su hogar a acostar a Lisa. No hubo respuesta, entonces
Max tocó de nuevo y con más fuerza, pero aún no había respuesta.
-¡Maldición! Siempre es lo mismo, cada domingo este viejo gordo se va a
beber mientras su mujer esta en la iglesia.- Dijo Max con rabia.
-¡Lisa, nos vamos a casa de una vez!- Max ya estaba acabado, sentía el
abandono de todas las personas de su vida apuñalandolo. Incluso el gordo, ebrio
y senil administrador del cementerio era incapaz de estar ahí para el,
nisiquiera para aspectos laborales. Max dio vuelta su cabeza para buscar los
rizos platinos de su hija, y sintió la angustia tomarlo por el cuello cuando
nuevamente se encontró con un paisaje de colores que se funden, sin dar señales
de su niña.
-No denuevo, porfavor no denuevo. ¡Lisa! ¡LISA! ¡LISAAAAAA! ¿Qué voy a
hacer con esta niña, por que siempre se va de mi lado?-
Max comenzó a correr, sus pies daban fieros golpes contra el suelo, fue
tanto el miedo que botó su maleta con los formularios, no importaba, solo
importaba encontrar a Lisa. los ojos de Max comenzaron a humedeserce, no era
pena, era angustia. Corrió a travez de las lapidas girando la cabeza
rapidamente en busqueda de cualquier color o movimiento que no perteneciera a
ese lugubre cementerio. Corrió sin parar, sin pensar en su cansancio, en su
vida, en su soledad, corrió con la mente en blanco a la espera de cualquier
señal de ella, sin encontrar nada. Cuando ya había pasado mucho tiempo y el
cansancio era demasiado, comenzó a caminar, aún buscando a su hija. Reconoció
el lugar por donde caminaba, era la zona del cementerio donde enterró a su
esposa y a lo lejos divisó la tumba. Se acercó a la sucia lapida de su mujer,
“Karla Schwarzstein, 1955 – 1987”. Era doloroso ver el apellido de Max al lado
de ese nombre. El cansancio, el miedo, la rabia, la angustia, todo cesó por un
segundo y Max se desplomó sobre sus rodillas frente al marmol de su mujer, se
recostó de costado y sus ojos quedaron en frente de la lapida a la derecha de
la de su esposa. En la lapida decía: “Lisa Schwarzstein, 1979 – 1987”.
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