sábado, 10 de diciembre de 2011

Humo

Maldito olor a tabaco, si mi ropa no estuviera tan impregnada con el olor a humo no tendría ganas de fumar, o probablemente sí, pero quizás menos. Claramente es en vano buscar el origen del problema, lo que debería estar buscando es una solución, un cigarro. Si tuviese un poco de tabaco podría llenar mis venas de nicotina y mi habitación de humo. Si el edén esta por sobre las nubes, mi paraíso esta bajo grises nubes de humo y con fuego en los labios. De tanto imaginarlo mis pulmones ya me están rogando caricias de manos grises, y mi cuerpo necesita el mareo de una calada.
Ya no puedo más, necesito un cigarro, un puro, un cigarrillo, una pipa, lo que sea, pero necesito nicotina.” Pensó angustiado, se levantó recorriendo su habitación con la mirada en búsqueda de dinero o algo, lo que sea que lo pudiese ayudar a conseguir tabaco. La habitación solo guardaba prendas de vestir y un par de especies sin valor. La oscuridad de la noche era interrumpida solo por una pequeña bombilla que iluminaba la vivienda. Se resignó y rindió su búsqueda, se dirigió a la puerta que lo separaba de la calle. “Seguramente alguien tendrá que estar pasando por la calle a estas horas, y quizás la suerte esté de mi parte hoy y ese alguien tenga algo con que llenarme los pulmones”. Abrió la puerta y salió a la calle, donde se sentó en una cuneta y miró hacia el cielo. No habían estrellas, y la luna debía estar detrás de algún edificio porque no la lograba encontrar.
A lo lejos divisó una silueta que se acercaba, y la sorpresa fue suya cuando vio a la silueta con un cigarro humeando en su mano. Se levantó alegre y se encaminó hacia la silueta. Era la silueta de una mujer, joven y de buen cuerpo, pero lo último que el miraba era su cuerpo. Cuando sus pasos se cruzaron el le vio la cara, una cara pálida de facciones pequeñas y suaves, su cara tenía una armonía increíble, una tranquilidad que solo se perdía en sus ojos celestes. Esos ojos eran los más bellos que había visto, y no por su color, sino porque parecían no pertenecer a esa cara tan lisa y ausente de expresión y alguna característica distintiva. “Disculpa que te moleste, pero te vi fumando a lo lejos y resulta que la noche me ha dejado sin tabaco para poder velarla ¿Serías tan amable de regalarme un cigarro?” Ella lo miro con esa inexpresiva cara, con esos dos ojos celestes similares a un mar caribeño en medio de una playa de arena blanca. Los segundos comenzaron a pasar y aun no había respuesta de ella, la expectativa de una negativa le destrozaba los nervios, pero su corazón se detuvo de alegría cuando vio una sonrisa en la cara de la mujer. “Si, claro” y la mujer abrió su cartera para sacar de adentro un cigarro que se le entregó a él. El se limitó a decir gracias y con la satisfacción de poder calmar un vicio, cosechado durante años, se dirigió a su habitación.
Una vez adentró y acostado en su cama, prendió el cigarro y comenzó a fumarlo lentamente, quería disfrutarlo, quería consumirlo completamente. Quería poder evitar que siquiera esa transparente hilera de humo, que se escapa de la punta del cigarro cuando este descansa en la mano, se desperdiciase. Cuando la brasa comenzaba a acercarse al filtro, comenzó a pensar en la mujer, era realmente bella.
Cuando el cigarro llego a su fin, le pego la ultima calada, se aseguró de que fuera especialmente profunda y placentera, y al apagar el cigarro, sintió deseos de poder correr detrás de la mujer, alcanzarla y preguntarle si quisiera pasar la noche con él, o quizás salir al día siguiente, o quizás preguntarle algo menos atrevido, como su nombre. Lo pensó bastante, ella estaba solo seis minutos de distancia, probablemente la alcanzaría si se lo proponía, pero prefirió no hacerlo, porque aunque ella valía salir corriendo en su búsqueda, él sabía que al alcanzarla, la angustia lo haría olvidarla y solo le pediría otro cigarro.

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